Era
Hermenegildo hijo del rey Leovigildo, quien por influencia de San
Leandro y de su propia esposa, que eran católicos, se convirtió al catolicismo
en el año 579, y se negó a participar en el Concilio arriano convocado por su
padre en Toledo en el 580.
Alentado por gran parte del pueblo (los
hispanorromanos eran en su mayoría católicos), algunos nobles y parte del clero
católico, y aliado con los bizantinos, se sublevó contra su padre y empezó a
llamarse rey.
Fue vencido en Lusitania, Cáceres,
Mérida y Sevilla, siendo hecho
prisionero y sufriendo martirio por orden de su propio padre y asesinado por su carcelero en la ciudad de Tarragona. El
Pontífice Sixto V puso su nombre en el martirologio y se le conmemora el 14 de
Abril. A la muerte de Leovigildo heredó el reino su otro hijo Recaredo en el
año 586.
En esos momentos, en España existía una
unidad política y jurídica muy bien estructurada, pero tenían un problema
religioso. La minoría gobernante era arriana y la gran mayoría de los súbditos
practicaba la religión católica. Por recomendación de Leovigildo antes de su
muerte, Recaredo se convirtió al catolicismo
el 6 de mayo del año 589, durante la celebración del III
Concilio de Toledo. El rey visigodo se presentó
con toda su familia y corte en la iglesia de Santa Leocadia, en Toledo, donde se celebraba este Concilio,
abjuró de la herejía arriana y se convirtió al catolicismo en acto público y
solemne. A continuación, la gran mayoría de los 62 obispos, 5 arzobispos y nobles asistentes realizan
la misma conversión que su rey, y desde ese día España es una nación oficialmente católica.
A partir de este Concilio, se dispuso que se
celebraran cada año el 1 de noviembre concilios en todas las provincias del
reino, con la asistencia del clero y autoridades locales, para tratar asuntos
religiosos , de justicia, y sobre la piedad con que conviene tratar a la plebe.
Gracias a estos concilios o reuniones,
la monarquía visigoda absoluta fue moderando paulatinamente su poder, aprobando
leyes muy beneficiosas, pues tenían autoridad para corregir los posibles abusos
de los dignatarios para con el pueblo.
El
rey siempre tenía poder de veto sobre las deliberaciones o acuerdos, pero una
vez aprobados, se daba entrada al pueblo y se leían las conclusiones para que
las conociera y aclamase.
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