Desde el año 135 en el que los romanos
conquistaron Jerusalén, tras largo asedio a los hebreos que se les habían
sublevado, y les prohibieron pisar esa ciudad sagrada y practicar su religión,
bajo pena de muerte, comenzó la diáspora (dispersión) del pueblo de Abraham,
por todo el mundo. Un grupo de ellos fue deportado a ciudades del sur de Hispania,
creando así las primeras colonias de Sefarad.
Una vez conseguida la unidad religiosa católica en España, a partir de Recaredo, la mayor parte de los reyes godos dictan leyes muy duras contra los judíos, hasta que el rey visigodo
Sisebuto, publica en el año 615 una ley en la que obliga al bautismo a todos los judíos o la
extradición forzosa. Consiente el matrimonio entre judíos y cristianas, y
viceversa, siempre y cuando el cónyuge se convierta al cristianismo y sus hijos
sean educados en la religión católica.
Clausura las sinagogas y los cementerios
judíos y prohíbe la práctica de su religión, por lo que muchas familias optan
por la emigración.
La iglesia católica por su parte, es contraria a la
conversión forzosa, pero una vez cristianizados, se muestra muy vigilante del
cumplimiento y perseverancia en la fe de los convertidos.
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